Vivisección de la verdad: Las responsabilidades de lo real en la cultura contemporánea Julie Ann Ward
Con la proliferación de blogs y autobiografías, la omnipresencia de los reality shows y la invitación de los medios sociales de “curar” nuestras vidas digitales, el Zeitgeist contemporáneo se puede definir como imbuido de lo real. En el paisaje cultural internacional florecen ejemplos de debates salvajes sobre las definiciones y responsabilidades de la veracidad en el arte. Este año vio publicarse en Estados Unidos The Lifespan of a Fact (“La vigencia de un hecho”), un debate en anotaciones sobre la veracidad y la exactitud de un ensayo de no-ficción entre su autor, John D`Agata, y su verificador de información, Jim Fingal. Es una porfía que tiene resonancia en varios eventos culturales actuales, desde la página impresa, pasando por la radio y llegando hasta el teatro.
Min Kamp (“Mi lucha”), la autobiografía de seis tomos del autor noruego Karl
Ove Knausgård, se publicó en inglés en abril, reabriendo el escándalo que vivió el escritor con la publicación en sulengua materna en 2009. El libro narra la decadencia del padre del autor, su entrega total al alcoholismo, el abandono de su familia, y su deceso final en condiciones de pobreza horripilantes. La autobiografía, que aquí implica a no sólo el autor-narrador-protagonista, sino también a sus familiares, provocó demandas judiciales por parte de la familia paternade Knausgård. Cediendo a sus peticiones, el autor cambió los nombres de toda esa parte de la familia, con excepción de el de su padre, a quién se refirió utilizando “Papá” o “mi padre”.
La veracidad de la narrativa es de suma importancia para su trayectoria editorial. Si Knausgård no hubierapresentado su libro como autobiográfico, sino como una novela,
las verdades incómodas descritas de manera descarnada e hiperrealista no habrían provocado el escándalo nacional y luego internacional que hizo la revelación de secretos familiares. Aunque el autor admite que hay partes “másverdaderas” que otras (entre ellas las que tienen que ver con personajes/parientes que ya fallecieron, en contraste con el trato más ligero de sujetos aún vivos), el mensaje es que el libro contiene la verdad, y eso, aparte de su prosa mordante y narrativa épica, es a la vez lo que condena y libera a
Knausgård. Aún cuando la sociedad pueda culpar al escritor por contar lo que no se
cuenta, es a la vez su honestidad lo que absuelva los pecados del autor. Si fuera un libro de mentiras calumniosasetiquetadas de verdad, el autor no tendría escape. Sin embargo, parece haber un acuerdo general de que lo presentado en Min Kamp, por inefable que sea, sí pertenece a la categoría de la veracidad. El juicio social de la exactitud de los hechos, sin olvidarse de la aprobación merecida de una historia bien contada, tiene mucho que ver con
el éxito de la serie de Knausgård.
Por otro lado, en el inmensamente popular programa de radio público estadounidense This American Life (“Esta vida americana”), su dependencia de la confianza de sus oyentes leales en un programa periodístico fidedigno se puso en el primer plano en marzo con su capítulo “Retraction” (“Abjuración”). Se trató de un capítulo anterior, el más popular en la historia del programa con 880,000 usuarios que lo bajaron, en comparación con el promedio de 750,000. En enero, TAL transmitió “Mr.
Daisey Goes to the Apple Factory” (“Sr. Daisey va a la fábrica de Apple”), un segmento de la obra de teatro unipersonal de Mike Daisey, The Agony and the Ecstasy of Steve Jobs (“La agonía y el éxtasis de Steve Jobs”). En el programa, Daisey describe su viaje a China, donde afirma haber entrevistado a obreros de las fábricas de Foxconn, que producen productos para Apple, y a miembros de un sindicato ilegal. Afirmó haberle
enseñado a un obrero un iPad – la primera vez que el señor, quien trabajaba en la línea de ensamble de iPads, había visto uno prendido. El monólogo es trágico, conmovedor e, inconvenientemente, en mayor parte fabricado.
Sin dudar, los productores de TAL, con anfitrión Ira Glass encabezando, produjeron el capítulo “Retraction” para minuciosamente revelar toda falta de exactitud y, más jugoso para el oyente, interrogarle a Daisey. Este último ni se defendió ni se quebró del todo. El resultado es una disculpa escapista y semántica, aunque parece que también fue una conquista para TAL. La mea culpa se bajó 891,474 veces, rompiendo el récord establecido por el capítulo al que desacredita. Si hay una lección, es que la atención a la veracidad, más que su presencia, es un tema de alto interés para el público.
En México, el teatro deviene el espacio donde se deciden cuestiones de veracidad y falsedad, más que los periódicos, el gobierno o las cortes. Por lo menos se podría llegar a tal conclusión después de ver el ciclo La invención de nuestros padres de la compañía Lagartijas Tiradas al Sol. Tres obras conformen el ciclo: El rumor del incendio, un documental escénico sobre la vida de Margarita Urías Hermosillo; Se rompen las olas, estreno de Mariana Villegas sobre la relación entre sus padres; y Montserrat, preestreno de una obra de Gabino Rodríguez en la que éste pone en escena su búsqueda por su fallecida (¿?) madre, Montserrat.
Montserrat estrenará a finales de 2012 en su forma final. Pero lo que se mostró en el Teatro El Milagro fue un juego de realidad y ficción, para ponerlo en términos brutos, que provoca cuestionar todo género documental. La obra abre con fotos de unas vacaciones en Chichén Itzá que muestran a una pareja joven. Rodríguez lee una carta “a mi familia” en la cual se declara como traidor, de alguna manera, y pide perdón por esto.
Asume la responsabilidad por daños colaterales, y luego clava la carta a una mesa como si fuera las 95 tesis de Lutero. Habla de los recuerdos armados de las fotos, y expresa su duda sobre la historia oficial de la desaparición de su muerte: “Dicen… que murió.”
La obra resulta ser una mezcla de memoria personal, memoria heredada e información documental, como la acta de defunción de Montserrat. Todo se pone en duda dentro de la misma obra – Rodríguez indica su falta de confianza en las explicaciones de su familia, declarando que descubrió que el acta fue falsificada. Lee un correo electrónico de su tía, la única hermana de Montserrat, que le manda “a la mierda” por hablar de sus descubrimientos. En cierto momento la obra cuasi-confesional se vuelve policiaca, con el protagonista haciendo de detective, siguiendo las huellas de su posiblemente viva madre.
El final abierto deja al espectador sin fundación firme en la que se pueda apoyar para sacar conclusiones. En vez de presentar una auto/biografía tal cual, o investigar la veracidad de una obra de no-ficción, Montserrat es un tratado sobre la ética y las responsabilidades del género documental. En el escenario, Rodríguez disecciona la
realidad puesta en escena. Como en la obra de Knausgård, los secretos familiares
revelados causan daño, y como en This American Life, la exploración de las responsabilidades del artista alrepresentar algo verdadero resulta ser contenido aún más interesante que el material controvertido.