Y aquello que se decía durante la guerra, que luchábamos contra las injusticias y la opresión,
o aquella consigna que decía “o todos en la cama o todos en el suelo”,
lo olvidaron los responsables de la organización.
Lucio Vásquez “Chiyo”1
En un continente en el que se han llevado a cabo luchas cruentas y prolongadas a partir de
contundentes choques ideológicos. Un continente donde tanto las izquierdas como las derechas
han demostrado tener poca voluntad de generar encuentros conciliadores en pos del bien común.
En estos contextos donde la lucha por sociedades más justas nunca se acaba y, parafraseando a
Margaret Randall, donde nuestras victorias han sido escasas y han durado muchísimo menos de
lo soñado, no puedo dejar de preguntarme qué es la militancia, para qué, desde dónde, con
quiénes se lleva a cabo. ¿Cómo mi quehacer teatral se relaciona con eso? O, mejor: ¿Hay alguna
manera en que mi quehacer no se haya relacionado con eso?
Cuando comencé con el teatro de manera profesional, hace unos 20 años, tenía convicciones muy
claras: para mí el teatro debía ser político tanto en forma como en fondo. Mi espacio laboral no
podía estar escindido de mi idea de transformar la sociedad, ni en forma ni en fondo. Es muy
probable que entendiera muchísimo menos sobre política de lo que yo pensaba, es muy probable
que malinterpretara muchos de los conceptos que usaba y que supiera demasiado poco sobre lo
que hablaba. Es muy probable que en el presente suceda algo parecido. Y, sin embargo, esa
convicción sigue vigente, aunque con sus importantes matices.
En estos 20 años, nunca sola, siempre en colectivo , he, hemos, tenido muchas oportunidades2
para cuestionar lo político y plantearnos preguntas éticas en torno a nuestro papel como artistas
en la sociedad. Y aunque a veces pareciera que dudar sobre lo que hacemos nos debilita,
considero que ha sido muy importante no dar por hecho nada en relación a cómo elaborar un
discurso y lanzarlo al mundo.
De la insistencia en lo colectivo admiro profundamente que, contraviniendo la idea de genio
creador, director, presidente, patriarca, Hombre, nos da la oportunidad de contrastar ideas,
mezclarlas, de dar perspectiva a lo que podría parecer contundente e inamovible. Es sorprendente
cómo, a pesar del tiempo transcurrido en colectividad, mis compañeres pueden seguir mirando
algo que yo no, pueden seguir opinando distinto y sintiendo o valorando las situaciones de
maneras radicalmente opuestas a como yo lo hago. También ha sido importante notar las
tensiones que emergen del deseo de libertad contraponiéndose a la voluntad de cohesión.
Entender que es un trabajo constante de negociación en todos los niveles.
Desde aquel comienzo, establecimos el principio de propiciar un teatro como laboratorio de
relaciones humanas, un espacio de crecimiento personal y colectivo, pero también como un lugar
para lanzar cuestionamientos en torno a la Historia y el contexto. Con el hacer, nos encontramos
inevitablemente un teatro para poner sobre la mesa procesos y fenómenos sociales, políticos y
ambientales que vivimos en México y las historias, decisiones y comportamientos que enmarcan
nuestro presente.
Hace ya muchos años decidimos que el teatro sería un espacio para representarnos a nosotras
mismas e intentar entender quiénes somos como seres individuales, colectivos y sociales. Esto y
el marco de libertad que nos da la ficción, nos ha permitido pensar desde dónde y con quiénes
hablamos. Suena a que es un ejercicio fácil, pero ha sido todo lo contrario.
Reconozco que parte de esto viene de mi educación en casa. De una madre ex-guerrillera, ex
presa política, historiadora, que tenía muy presente el educarme en torno a la lucha de clases, el
feminismo y las ciencias sociales de su época. Pero a esa madre la perdí muy pronto y tuve que
labrar mi camino, construir mi propia idea de lucha y, con la distancia de su muerte, decidí
romper con muchos de los conceptos heredados, o por lo menos reformularlos.
De entrada tenía claro que quería desvincularme de la violencia y el dolor y la soledad que suele
generar. Me ha costado más de lo que pensé, porque esa ruptura no sólo tenía que ver con
escapar de las armas, las cálceles y la fuerza del Estado, sino también de la violencia cotidiana y
propia, tan a la vista que es casi invisible.
El año pasado hacía una pieza teatral en colaboración con Teatro Bárbaro, en Chihuahua, donde
la pregunta que más me interesó fue ¿dónde nace la violencia? Y fue en ese territorio marcado
por la violencia patriarcal, religiosa, feminicida y del crimen organizado, que me respondí: la
violencia nace de nuestros dogmas, ideas y creencias y de las maneras, sencillas o sofisticadas,
en que cotidianamente las defendemos ante los demás.
Basto es el teatro y basta su capacidad de dar visibilidad, subrayar esa línea que no logramos
leer, enmarcar ese momento que pasó desapercibido, re codificar el relato. A través del teatro
podemos generar distancia a partir del acercamiento, pero también acercarnos a los fenómenos
al ponerlos en perspectiva. El teatro entonces puede ser una herramienta de reflexión profunda en
torno a la realidad.
Hay algo que nos intriga, que nos conmueve y molesta ¿Es algo que la sociedad comparte? ¿Es
algo que podemos pensar en el espacio social que es el teatro? ¿Es algo que se puede ayudar a
evidenciar desde la escena? ¿Sí? ¿Cómo entonces pronunciarnos sin que el pronunciamiento
invalide a las otras personas y sus propios mecanismos de reflexión? ¿Cómo convertir una
certeza individual en pregunta colectiva?
¿No es eso de lo que carecemos en este continente escindido por la desigualdad social, las luchas
ideológicas y la espiral de violencia. De un espacio de conciliación, empatía y entendimiento?
Pareciera entonces que corremos el riesgo de eliminar el disenso, o el riesgo del relativismo. Y
pareciera que no queremos tomar postura, que buscamos la neutralidad. No considero que sea
así, pero…
La idea de militancia está, querámoslo o no, vinculada con la guerra, con la imagen de soldado:
Militar:
1. (del Latín militaris) ‘perteneciente al soldado o a la guerra’ y esto deriva en ‘practicar el
ejercicio de las armas’
2. Intr. Servir en la guerra o profesar la milicia. || Figurar en partidos o colectividades. || Haber en
algo una circunstancia o razón especial
Un soldado es cuerpo que ejerce violencia para defender una patria, una idea, un cuartel, a un
líder. Y, aunque los soldados también siembran árboles y rescatan a las personas en una
inundación, la verdad es que nunca quise ser una soldado. ¿Soldado de quién sería? Tarde o
temprano los soldados torturan y matan personas, los soldados detienen migrantes, los soldados
se alían con el crimen, los soldados reciben órdenes y las ejecutan. Su vida es obedecer.
Tal vez estoy extrapolando las cosas y debiera de limitarme a hablar sobre militancia:
Militancia:
1. Pertenencia de una persona a un grupo o una organización, especialmente a un partido
político.
2. Adhesión a unas determinadas ideas y defensa de las mismas .5
Si tuviera que relacionarme con la militancia pensaría en la definición número 2. Porque nunca
quise ser una soldado, ni tampoco pertenecer a un partido político, pero sí quiero luchar por
transformar el mundo en un mejor lugar para todos los seres. Y quizá esa es la idea a la que me
he adherido y parte de la búsqueda del cómo defenderla ha tenido que ver con hacer a un lado la
violencia, pero también la costumbre.
La pregunta del cómo, nunca debe ser subestimada. De hecho parte esencial del teatro es
preguntarse cómo codificar los discursos, qué convenciones van a darles sentido. Y vuelvo a la
idea de forma es fondo porque en la medida en que no damos por hecho cómo transmitir el
discurso, nuestra búsqueda es política. Porque es claro que estamos inmersas en sistemas de
representación y parte de nuestra labor es saber leerlos, deconstruirlos, evidenciarlos y muy
probablemente contradecirlos. Y entonces esta pregunta, el cómo, va mucho más allá: abarca
desde la forma en que producimos lo que producimos, la manera en que nos relacionamos en el
proceso con las personas, los materiales, el tiempo y las ideas. Tomar en cuenta estos factores en
los procesos de creación es un principio fundamental para aprender a contravenir las
desigualdades e injusticias en el mundo. Dicen que para regenerar una montaña erosionada tienes
que empezar por arriba, donde las grietas son más angostas y la presión de la tierra que baja es
menor. Pienso entonces que en nuestro quehacer hay que empezar por plantearnos cómo ejercer
en nuestros espacios más cercanos e intentar que el camino no implique incurrir en los errores
que queremos erradicar en la sociedad. Lo que construimos aquí permea nuestra vida personal y
social y viceversa. No debemos soslayar que lo personal, lo artístico y lo político están
íntimamente vinculados.
Es entonces cuando creamos con sentido político. Elaboramos discurso e investigamos sobre las
formas. Es un reto constante, tanto procesualmente para nosotras como artistas y ciudadanas,
como en el momento de dejarlo en el mundo para que las personas pongan a dialogar sus propias
ideas y experiencias con esa creación que habla de la realidad.
Pero hay dos puntos que tenemos que tomar en cuenta del posible alcance transformador de esta
dinámica:
1. No todos los contextos permiten que las personas tengan acceso a la experiencia teatral, sus
encuentros y reflexiones. Podríamos decir, por camino recorrido, que la experiencia teatral tiene
un alcance selectivo y que generalmente las personas que tienen acceso a ella son (somos)
personas con privilegios.
2. Para que todos los contextos tengan acceso a nuestras creaciones, necesitaríamos una
capacidad logística y un apoyo institucional o empresarial que las condicionaría inevitablemente,
para bien y para mal.
En un momento de mi trabajo en el colectivo, irrumpieron de nuevo las preguntas: ¿A quiénes les
estamos hablando? ¿A quiénes les queremos hablar? ¿Dónde tiene influencia nuestro trabajo y en
qué sentidos?
Fue desolador darme cuenta que, a pesar de mi desasosiego, me estaba acomodando. Que hablar
de lo que hablaba (hablábamos) se estaba convirtiendo en una especie de escudo que me ayudaba
a evadir la que creo que es mi responsabilidad como ser social. Me di cuenta de uno de los
peligros de actuar sobre un escenario, ese espacio tan potente pero que puede engañarnos en
cuanto a la verdadera proporción de nuestro hacer.
Hemos buscado lo mismo durante muchos años, pero cada una de las personas del colectivo
tenemos nuestros anhelos profundos, nuestros ideales. El mío de pronto se distanció de los de las
demás y eso no ha generado ruptura, sino mayor diversidad. Ahí radica otra parte importante del
empeño colectivo: las demás son un espejo, un ejemplo, una referencia y a la par, una manera de
hacernos contraste.
Hoy parte de mi quehacer se enfoca en colaborar para generar espacios gratuitos de formación y
creación artística fuera del mundo urbano. Intentando que esto signifique propiciar la discusión,
el entendimiento, la búsqueda de formas expresivas, de puentes culturales y, sobre todo,
acompañar a niñas y niños en su crecimiento. Pensando la creación como una forma de
experimentar las posibles maneras de estar en el mundo, una buena forma de experimentar el
tener voz y articularla, de indagar en la idea de ser humano. Pero también, una excelente manera
de escuchar lo que las niñas y los niños tienen que decir ¿qué otra posibilidad tendríamos para
cambiar el mundo?
Luisa Pardo Urías
2-Colectivo escénico Lagartijas Tiradas al Sol: lagartijastiradasalsol.com
4-Lexipedia, diccionario enciclopédico. Tomo 2. Edit. Británnica 1994-199545-
5-Diccionario Oxford Lenguages, Buscador de Google, 2023.