La inquietante apuesta por el arte de nombrar.
“I’m not going to duck. I’m not burning any flags. I’m not going to run to Canada. I’m staying right here.
You want to send me to jail? Fine, go ahead. I’ve been in jail for 400 years. I could be there for 4 or 5 more, but I’m not going to go 10,000 miles to help murder and kill other poor people. If I want to die, I’ll die right here, right now, fighting you, if I want to die. You’re my enemy (…).”
Muhammad Ali
Estoy frente a la página en blanco y sé lo que quiero decir pero no sé cómo arrancar las palabras de mi cuerpo, aparentemente tienen una constitución densa y pesada.
El tema inicial es la censura, pero luego, conforme pasa el tiempo, deviene en el arte de nombrar.
Veo mis notas, luego me distraigo mirando twitter:
Me acabo de tropezar con una buena definición de cancelación: «Un simulacro de acción política que en realidad es una táctica represiva”.
Un graffiti en un baño de Alemania: Germans don’t repeat your grandparents mistake and do nothing watching a genocide.
«La vergüenza no es para nosotras, es para ellos», la mujer drogada por su esposo y violada durante más de una década: Gisele Pelicot.
Esta aglomeración de la población de #Gaza es solo para conseguir una hogaza de pan. Este sufrimiento tan atroz debería resonar en todas las conciencias. Nada puede justificar matar de hambre a una población entera. Basta ya.
Vuelvo en mí después de unos 12 minutos de estar perdida en la pantalla. El algoritmo me condena a leer sobre el lado oscuro de nuestro tiempo. Pienso en el dolor de Palestina, pienso en los miles de niños y niñas que se han quedado sin casa, sin familia; pienso en las mujeres libanesas que acabo de conocer y miran a distancia cómo su país es destruido; pienso también en Chiapas, Sinaloa, Guerrero, pienso en el Estado mexicano y su narrativa perversa; pienso en Nicaragua, El Salvador; en las mujeres afganas y su voz que ha sido prohibida.
Me sacudo, vuelvo a pensar en la censura.
He leído sobre mecanismos de la censura, sobre sus consecuencias, pero poco sobre su origen. Con origen me refiero a lo que hace que un ser humano decida que otro no debe expresar algo y por ello ejerza una forma de poder sobre él para prevenir, detener o castigar una expresión. Me imagino que el que impone el silencio tiene miedo de que el otro se exprese por varios motivos: perder el poder, ser descubierto en una mentira, que su valor sea cuestionado, intentar evitar problemas con una tercera figura. Me imagino diferentes escenarios y una cadena de miedos.
Una vez que se ejerce la censura, dependiendo de dónde proviene y el grado de violencia con que se impone, la víctima puede pelear abiertamente su espacio de expresión corriendo los riesgos que eso implica, o desarrollar estrategias para hablar sin tener que nombrar directamente las cosas, sin hacer explícito el tema, la imagen, el objeto que está siendo censurado. Eso puede enriquecer su manera de crear, siempre y cuando, como ya sugerí, la censura no la obligue a callar, dejar de accionar o a huir.
Pienso entonces que en mi caso, el teatro en México ha sido un espacio más o menos neutro para decir lo que he querido decir, un espacio libre en el que no me he sentido en un peligro tal como para omitir alguna información. Creo que esto responde a que el teatro tiene muy poco alcance en nuestra sociedad, además de que he presentado mi trabajo en espacios seguros* y que el tiempo en el que he ejercido profesionalmente los gobiernos o grupos de poder no han tenido interés en censurar o acotar lo que hago. Hasta ahora todo bien.
*¿Qué hace que un espacio sea seguro para la expresión?
Me ha costado mucho aceptarlo y escribirlo, pero después de 21 años haciendo teatro en la esfera profesional, me enfrenté por primera vez a un tipo de censura. Y no fue en México.
¿Por qué me costó tanto trabajo decirlo? ¿Por qué esta pesadez ante la posibilidad de contar públicamente algo que sucedió, que es un hecho? ¿Es miedo? ¿Miedo a qué? ¿A mi posible ignorancia, al daño a terceros, a la reacción de lxs interlocutores, a estar en la posición equivocada de la historia, a ser cancelada, a quedarme sin trabajo?
Y es que hay de censuras a censuras y eso me genera mucha inquietud.
“No entendemos la libertad del mismo modo que los capitalistas, como el derecho a hacer todo lo que a uno le venga en gana sin tener en cuenta los intereses de la sociedad. Esa libertad sólo es necesaria para los imperialistas y los millonarios. Nuestros escritores soviéticos deben producir sólo lo que el pueblo necesita, lo que es útil a la sociedad. Todos los que han leído su libro coinciden en su valoración: lo consideran políticamente nocivo para nosotros. ¿Por qué deberíamos añadir su libro a las bombas atómicas que nuestros adversarios preparan contra nosotros?”
Mijaíl Súslov, miembro del Politburó encargado de las cuestiones ideológicas de la URSS
En el 2019, en un festival de artes escénicas en Lille, conocí a Kubra Khademi, una artista afgana refugiada en Francia después de que el régimen talibán la condenara a muerte por un performance que hizo en un mercado de Afganistan. En esa obra ella “reafirma a las mujeres y su sexualidad, su lugar legítimo. Monta en el mercado un puesto especial con exhibiciones de frutas y verduras prohibidas”. Ella, ya en Francia, cada tanto tiene que cambiar de número de teléfono, correo electrónico y domicilio, porque la persecución de los talibanes es tenaz y se sabe en peligro.
No está demás decir que fue muy importante para mí conocer su historia, la historia de una artista que hizo un performance y fue condenada a muerte por el hecho de que su obra reivindica la presencia de la mujer en el espacio público, que nombra a la mujer como un ser con derechos, que desea, siente, piensa. Kubra Khademi fue con-de-na-da a muer-te por el gobierno de su país… como García Lorca en la España franquista, afortunadamente ella sí pudo escapar de los tiranos.
En mi búsqueda de entender, encuentro un texto de Leonardo Padura: De la autocensura a la cancelación: ¿la luz de nuestro tiempo?
No solo los totalitarismos ideológicos como el comunismo y el fascismo han practicado y practican la censura, la cancelación y la persecución de la libertad de pensamiento y creación. La Guerra Fría con su carga de histeria política e ideológica provocó el proceso de las cacerías de brujas macarthistas en Estados Unidos durante la década de 1950. (…) El miedo se instaló en el mundo cultural de la sociedad democrática por excelencia y obligó a muchos a sumirse en el silencio; a otros a convertirse en delatores; a varios a suicidarse como Mayakovski. (…)
Esta cita me hace pensar de nuevo en el miedo dentro de los espacios de creación y manifestación de las ideas. En la historia, como en el presente, hay demasiados ejemplos de cómo un gobierno, un régimen o el mismo vox pópuli, pueden ejercer la censura de maneras sutiles o radicalmente violentas: crear listas negras, dejar sin trabajo e invisibilizar a una persona que toma una postura polémica, incómoda o peligrosa, crear ambientes de sospecha y señalamiento, eliminar contenidos, perseguir, hostigar, desaparecer, torturar, matar.
¿Qué tanto de lo que hoy le recriminamos al imperio estadounidense (su incansable compromiso con la guerra, su apuesta por el dominio de lo diferente, su consumo desmedido de recursos, etc.) es consecuencia del terror que ha ejercido un aparato Estatal-Corporativo sobre la resistencia política en ese país? Estados Unidos sistemáticamente margina, violenta o desactiva a un cierto perfil de luchadores sociales y líderes progresistas, así como a la organización política y la lucha social de países en todo el mundo. Esto a través de un inmenso aparato de inteligencia y bajo la justificación de su lucha democrática contra el comunismo y el terrorismo.
Vuelvo a Padura:
La Cuba socialista de los años 1970 practicó abierta y despiadadamente los procesos de censura y cancelación de artistas, intelectuales, docentes. Se le llamó “procesos de parametración”. (…) “Con la revolución todo; contra la revolución nada”, dijo Fidel Castro, y bajo ese lema un batallón de entusiastas represores hicieron sus zafras. Posturas de inconformidad política, tendencias homosexuales, creencias religiosas, figuraban entre los pecados punibles, y cientos de artistas y docentes fueron castigados con la marginación y el silencio. Con la cancelación.
Cuando estuve en Cuba gran parte de mi ideología de izquierda, antes monolítica y heredada, se desmoronó. Todo lo que miraba en la isla tenía una pátina decadente y contradictoria, muy parecida a la de muchos países latinoamericanos, pero esta sensación se radicalizaba al reconocer el terrible control ideológico, político y económico al que está sometida la sociedad civil. Esto aunado al bloqueo que Estados Unidos impone a la isla, que es, en realidad, algo que se acumula y recae directamente en la ciudadanía, ella es la que sufre, la única que carga, porque no es un secreto que los líderes políticos de ese país viven en un sueño de privilegios. Sobre la falta de libertades, me sorprendió conocer a una creadora escénica a quien el Estado llevó a juicio porque hizo una obra donde lxs actores no habían estudiado actuación (en escuelas del Estado). Salí de Cuba con una honda sensación de pérdida. Creo que de este país y sus múltiples formas de opresión ya se ha hablado mucho y no tengo otra cosa que agregar.
“Muchas veces un pueblo duerme como el agua de un estanque un día sin viento, y un libro o unos libros pueden estremecerle e inquietarle y enseñarle nuevos horizontes de superación y concordia.”
Federico García Lorca
Que la censura exista nos habla de que los espacios de expresión dejan de ser seguros, nos anuncian sociedades que han aceptado (con suavidad o a la fuerza) dejar de hablar de ciertos temas, esconder fragmentos de la realidad, entre muchas otras pérdidas.
Hace unas semanas, en España, nos pidieron que cortáramos de una de nuestras obras material audiovisual donde mostrábamos videos cortos de dictadores. Al principio nos pidieron, desde la dirección del lugar, cortar a los dictadores contemporáneos: Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Nayib Bukele. Luego, desde la curaduría, nos pidieron que prescindiéramos de todos: Pinochet, Franco, Fujimori, Noriega, Castro, etc. Era confuso, pero lo único que quedaba claro era que no se trataba de una inclinación hacia un ala política, porque los dictadores que mostrábamos abarcan los espectros de izquierda y derecha indistintamente. La manera en que se nos pidió cortar el material fue gentil: siempre se nos preguntó cómo nos sentíamos y, al mismo tiempo, nos ofrecieron explicaciones vagas, como si fuéramos niñas pequeñas que no pudiéramos entender los motivos reales a los que respondía esa petición. En ningún momento se utilizó la palabra censura. Pero, si repito lo que pasó –Hace unas semanas, en España, nos pidieron que cortáramos de una de nuestras obras material audiovisual de dictadores– ¿qué otra cosa podría ser sino censura?
No puedo dejar de pensar que ese país tiene un rey y que vivió una dictadura de 1936 a 1975, año en que, a punto de morir, Francisco Franco transfirió el poder a un príncipe y luego… todo lo demás.
¿Por qué en un espacio de arte, enorme, con todo el presupuesto, que marca tendencia, hegemónico (por decirlo de algún modo), se tiene precaución de mostrar un material audiovisual sobre dictadores (que, además de todo, es de dominio público porque lo sacamos de YouTube)? ¿Por miedo al escándalo, miedo a romper lazos diplomáticos con regímenes represores que sistemáticamente violan derechos humanos, miedo a que la izquierda española se ofenda porque se critican obsoletos símbolos de la izquierda latinoamericana? ¿Miedo a la respuesta de la ultraderecha y a cómo ésta capitaliza cualquier desliz de la izquierda? ¿Miedo a que los miles de visitantes del recinto sientan repulsión porque algunos de ellos creerán que Fujimori, Chávez o Franco fueron grandes líderes y no debieran estar expuestos en la vitrina de los dictadores? ¿Miedo a que la obra quede más o menos fea por ese epílogo que no es elegante? ¿Qué es lo que mueve a una institución cultural para censurar un video de 5 minutos y medio donde aparecen una serie de machos alfa (la mayoría muertos ya) hablando de tonterías?
Cuando asumimos que sí, que íbamos a cortar el material porque nos lo están pidiendo y sus razones tendrán, lo hicimos en un estado de shock, lo hicimos también a sabiendas de que eso no está bien porque cada centímetro de libertad de expresión ha sido ganado a sudor y sangre…
¿Por qué lo aceptamos entonces?
Le di vueltas a este asunto durante muchos días y en un momento llegué a pensar que tal vez nos estaban protegiendo de algo, e imaginé todo un universo salvaje en el que nos pudimos haber metido si mostrábamos ese video…
Estoy nerviosa, tengo miedo y Twitter es un hoyo negro, una vorágine nera, que me atrapa.
“Países del norte son ricos por lo que explotaron en el sur”: princesa Esmeralda de Bélgica.
En el vientre de la bestia. Donald Trump en el Madison Square Garden.
Diputados de MORENA firmaron un convenio con la llamada «Policía Celestial» quienes darán capacitación y orientación a compañeros de todo el país, para evitar, a través del cristianismo, caer en actos de corrupción.
#NoEsGuerraEsGenocidio.
En un tétrico ejercicio de fantasía, imagino bombas destruyendo México. Tanques sitiando hospitales y escuelas, francotiradores con metralletas disparando a niñas y niños, imagino, por último, vecinos impidiendo que llegue comida y ayuda a personas heridas y desesperadas, los imagino cortando el agua, destruyendo huertos con retroescabadoras, invadiendo hogares y desahuciando a las personas que viven en ellos. Pienso en esos posibles millones de mexicanos huyendo a otros países, pienso en los desplazados, visualizo a las niñas viviendo en campos de refugiados que, además de las terribles condiciones en las que se sostienen, también corren el riesgo de ser bombardeados sin piedad.
¿Cuáles serían los motivos por los que México podría ser bombardeado? ¿Habría una justificación contundente para que un país nos bombardeara? Un país enfurecido desapareciendo del mapa áreas residenciales, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, iglesias. ¿Qué dirían los demás países, alguno nos defendería ante la ONU? ¿La ciudadanía mexicana sería bien recibida en otros territorios? ¿Quiénes sí y quiénes no podrían tener un trabajo digno, un hogar? ¿Dónde podríamos las mexicanas rehacer nuestra vida?
Recuerdo que cuando estalló la guerra en Ucrania muchos países se solidarizaron con sus ciudadanos. Con Palestina la respuesta ha sido diferente, prácticamente opuesta. Hay una escandalosa lista de las diferencias con que se ha tratado al pueblo de Ucrania en relación al palestino. Hay una triste y larga lista de la manera en que los países poderosos han reaccionado a los crímenes de guerra cometidos por Rusia y los crímenes de lesa humanidad cometidos por Israel.
Y, en medio, la censura.
Todas las personas que han expresado su apoyo a la paz en Palestina, al cese al fuego, saben lo que ha implicado en términos de libertad de expresión. En todos los ámbitos.
Y la palabra Palestina se volvió para muchos un pesado ladrillo. Para otros es una palabra impronunciable. Y, dadas las características de la censura por omisión, para la mayoría de las personas, Palestina no existe, ni su sufrimiento histórico, ni las miles de almas atrapadas bajo los escombros, ni las toneladas de explosivos que han destruido la infraestructura, arrasado la vida.
Las palabras tienen una doble cualidad: pesan demasiado o son tan livianas que se las lleva ¿el viento, el tiempo, el mar, la desmemoria, el desamor?
La palabra, además de ser metáfora de la lealtad y el honor, existe como la que nombra, define, comunica, enamora, la que miente, engaña, traiciona, la que se articula para defender ideas.
La palabra es demasiado amplia y poderosa.
Sabemos que hay personas y colectivos que han insistido en proteger la vida, salvar personas en el mar, curar, aliviar el dolor ajeno. Personas que denuncian e insisten en nombrar lo que sucede a pesar de la cancelación, la persecución, la censura. Personas que siguen mirando al mundo bajo la premisa del nunca más un Holocausto y del valor equitativo de todos los seres.
A veces pienso que el derrumbe del valor de la palabra ha sido tan brutal que quizá debiera callar para siempre, refugiarme en la montaña y, en silencio, pensar en lo que quiero para este mundo, que es mi hogar. Construir otra vida, desde cero. Ese cero que nace de la decepción, el cansancio y el fracaso, pero que apuesta por la vida.
Otras veces pienso en lo importante que es seguir presente y nombrar lo que sucede, por esa ambigua idea de que solo lo que se nombra existe. Ante esta posibilidad y frente a la barbarie me pregunto ¿cómo vencer el miedo para nombrar lo que vale la pena ser nombrado?
Luisa Pardo
Divina Pastora #37, Octubre 2024